viernes, 10 de julio de 2009

SOBRE EL ESPECTÁCULO (1)

“Córdoba, la ira de Dios
La obra parece ir hacia un lado y va hacia otro: parece irse muy al demonio (es un decir) en su delirio, pero en realidad está preparando una explosión de sentidos y está hablando de lugares comunes, de los estereotipos y de las necesidades impuestas por esas formas. La recepcionista esclava del tirano Kinski, el griego libidinoso que llega con su carga de falso exotismo, la azafata peronista en pleno conflicto gremial: los tres están al borde del abismo existencial que hay a centímetros de cualquier exageración. Y sin entender mucho qué demonios (es un decir) pasa en ese hostel, dan cuenta de una ciudad en la que claramente prima la locura, y, para colmo, la parte más violenta de la locura. Kinski (Victoria Roland, alucinante) recrea escenas de la película de Werner Herzog Aguirre, la ira de Dios y aquella epopeya brutal por el Amazonas, aquella lucha del hombre –en el sentido más europeo del término– contra la naturaleza, parece resignificarse en una lucha desigual del hombre contra Córdoba y, luego, del hombre –en el sentido más cordobés del término– contra las formas comunes de la relación con el otro, las formas desesperadas de la soledad y la fugacidad que esconde todo turismo. Y entonces llega Kinski, excesivo, apabullante y alemán. ¿Dónde estamos? Empiezan a llover monos, el hombre cree que vence a la ira de dios pero se ha transformado en su instrumento perfecto. Acaso Kinski crea que ha vencido a Córdoba, pero cierto carácter ridículo de su seguridad avasallante queda demasiado expuesto cuando la recepcionista (Flor Bergallo, alucinante) le grita "¡Aguirrrrre!" y extiende las erres. Resulta imposible (im-po-si-ble) dejar de reírnos, de agarrarnos de la cabeza, a pesar de que la sucesión de escenas de apariencia absurda nos pone frente a la parte más difícil de vencer de nuestra propia naturaleza. El final es deslumbrante pero devastador. El final nos dice dónde estamos. Y estamos en Córdoba, donde la ira de Dios tiene, ya lo sabemos, instrumentos perfectos.”
Emanuel Rodríguez para La voz del Interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario