viernes, 10 de julio de 2009

SOBRE EL ESPECTÁCULO (3)


Para esta señora si, para esa otra no. Para este caballero si, para el otro no. Sutilmente discriminador. Así es el arte del teatro.
Howard Barker. Death, the One and the Art of Theatre.

Encuentro en Gonzalo Marull a un dramaturgo alineado, por decirlo de alguna manera, en un teatro político. Pero lo político de su teatro tiene que ver con la polis, con la cosa pública, sociedad o pueblo. En Medieval construye un universo allí donde sólo podría esperarse una ficción momentánea. Lo interesante, realmente, es que este universo sólo puede desplegarse ante los ojos de un espectador activo; a un espectador dispuesto sin ambages a completar con su poesía personal la metáfora de la obra que se le devela. Felizmente una obra que dispara a la sensibilidad y a la inteligencia, dos atributos que se mantienen agazapados o ausentes ante tanta idiotez cotidiana.
Un turista griego coincide con una delegada de un gremio aeronáutico en el intento de alojarse en un hostel que evoca al Medioevo atendido por una recepcionista ataviada como una princesa , atrapada por la pasión furiosa y esquiva de Klaus Kinski , quien pareciera estar viviendo un secreto exilio para rememorar glorias pasadas. El encuentro es un estallido de sentidos que, disparados a quemarropa, acarician al mismo tiempo que lastiman.
En este choque de mundos personales se amplifica la realidad individual en la confrontación con las expectativas del otro.
En la belleza indudable de la princesa recepcionista (Florencia Bergallo) se aloja la transa berreta de aparentar lo que no es, ignora las reservas realizadas por los clientes, pero las puede arreglar con una “cometita” y hasta alojarlos a dormir con ella trátese de un caballero griego o de una azafata gremialista. La tensión con que maneja su delicadeza impostada desnuda la fuerza con que esconde la verdad de sus orígenes, custodiando la calma y las locuras de un caballero extranjero de quien ella, seguramente, no sabe nada. Claro, tapa el micrófono cada vez que va a decir algo que podría no ser correcto. No sé por que me conectó con Argentina.
Un caballero griego (Nahuel Cano) motivado por la fama de las mujeres argentinas se quiere voltear a toda mujer que se le cruce, dedicando sus orgasmos con la cuidada ritualidad de una figura antigua, de esas que aparecen en los museos. Claro no sabe nada de histeria femenina. Me recordó ese axioma que ha hecho famosas a nuestras mujeres a los ojos extranjeros, provocan, pero se escapan. Su deseo sexual apenas se satisface en una apurada eyaculación.
Una gremialista de la aeronavegación (Lola Lagos ) maneja por teléfono el conflicto del sector con la fortaleza y la decisión de un macho argentino. Claro, “mirame y no me toqués”, lo grave de no hacer bien las cosas es que “me cagás a mi”, pero las pastillas son un tranquilizante que a todo lo hace soportable.
Entre las sombras Klaus Kinski (Victoria Roland) ensaya su show. Rememorando la ira de Aguirre y la experiencia de ese actor en medio de la selva peruana, es probable que ni en alemán comprenda que ha sido el testimonio artísticamente más serio de una conquista que no es un cuentito de hadas. Queda la duda, en su rapto de pasión por la recepcionista, si se trata de Klaus o de Aguirre enamorado de su bella hija.
Estos seres deambulan por el hostel en la esterilidad de una vida que no sucede. Soledad por los cuatro costados, neurosis cotidiana en la exasperación del desencuentro. La cultura helénica y la impertinencia del cuarteto pretenden dialogar a través de seres que han perdido sus raíces; la fascinación de la conquista se encuentra con la lucha popular sin que ninguna sepa nada de la otra. En el fondo, la amargura de lo imposible.
Tres actrices y un actor llevan adelante la obra con una solvencia y poesía personal que vemos con poca frecuencia, máxime en un medio como Córdoba donde bajo el nombre de dramaturgia del actor, nos estamos habituando a ver a los actores haciendo lo que les pinta. Con un trabajado manejo corporal y un cuidadoso trabajo del texto fluyen climas, tensiones, misterios y revelaciones, alimentando una historia en la que se ve por ausencia el sinsentido de la construcción humana. Seres a la deriva, sin más.
Atiborrado de una religiosidad alienante, el hombre de la Edad Media hacía de su vida un tránsito por un mundo gobernado por leyes celestiales. Convencido de vivir en un mundo inmutable ese hombre se limitaba a cumplir en la tierra el mandato del cielo sin plantearse la menor de las dudas. El hombre de hoy parece entregado a llegar al final habiendo satisfecho las leyes del mercado, entregado sin dudas a las delicias del consumo indiscriminado. ¿Será una forma de ser nuevamente MEDIEVAL?
Ricardo Bertone. Córdoba julio de 2009

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